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¿Siempre nos hemos aburrido?

Foto del escritor: Sebasthian SantamaríaSebasthian Santamaría

Actualizado: 5 ene 2023

El fenómeno del aburrimiento, según algunas investigaciones, no ha existido siempre entre nosotros, sino que aparece por vez primera en la literatura del siglo XIX.


El aburrimiento según el DRAE consiste en el ‘cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada’. / Foto: Latercera.com


¿Estaremos cometiendo un gran error al hablar del ‘aburrimiento’ en una sociedad en donde hay tantos medios como formas para combatirlo? Probablemente. Aunque, aparatosa es la sorpresa que nos llevaríamos al saber que seguimos padeciendo por este, a pesar de la existencia de un sinnúmero de estímulos para sortear sus embates.


No constituye, desde luego, un contrasentido, sino un fenómeno merecedor de explicación ora especulativa, ora científica, que noticie sobre sus consecuencias en la conducta humana, y no solamente humana. A continuación, veamos algunos aportes.


¿Cuándo aparece el aburrimiento?


Según Marco Aurelio Denegri, el fenómeno del aburrimiento se manifiesta claramente por primera vez en la literatura francesa e inglesa del siglo XIX. Pero existen, ciertamente, antecedentes por parte de autores, los cuales hablaron de la acedía.


“La acedía es la forma más antigua del aburrimiento. En sentido estricto, significa calidad de acedo o agrio, acedarse es ponerse aceda o agria alguna cosa; avinagrarse, agriarse. Figuradamente, acedía quiere decir desabrimiento, aspereza en el trato, disgusto, desazón, molestia, fastidio, tedio o enfado que causa una persona o cosa”.


¿Cómo aparece el aburrimiento?


Aduce Denegri que los exotistas de la época (siglo XIX), estaban en busca de lo fabuloso y desbordante. Hartos de lo que consideraban una monotonía uniforme que se repetía hasta el hastío, procuraron refugiarse en el éxtasis del Renacimiento, en los tiempos primitivos del Imperio Romano, y en las fascinaciones seductoras del mundo oriental.


El aburrimiento es propio de la cultura occidental, sin embargo, antes no representaba una verdadera preocupación; conjetúrese: ¿Acaso la gente hallaba, antes, mayor satisfacción en su trabajo? ¿Acaso son nuestros días, monótonos, rutinarios y tortuosos?


El aburrimiento según otras perspectivas


El amauta, José Carlos Mariátegui, en sus Escritos Juveniles, refiere mordaz apreciación: “Todas las gentes de esta tierra podríamos vivir en un gran coliseo aplaudiendo o chillando según nos gustase o nos disgustase lo que se hiciese para divertirnos. Y aun así acabaríamos por aburrirnos y por decir, finalmente, que vivir aquí es una desdicha”.



[…] “Pero en Lima es forzoso decir que uno se aburre. Las personas viven en perpetuo fastidio. Es el nuestro un país de gentes esplináticas que bostezan” / Foto: Historia del Perú



Rüdiger Safranski, filósofo alemán, comentó en la Biografía de Pensamiento de Nietzsche, lo siguiente: “El animal dotado de consciencia, el hombre, con horizonte de pasado y de futuro, casi nunca está enteramente lleno de su presente, y por ello experimenta algo que no es conocido por ningún otro animal, a saber, el aburrimiento”.


Más adelante, el mismo Nietzsche sostuvo: “También en el fantasmagórico escenario del aburrimiento revela un instante de percepción verdadera. No sabemos emprender nada con nosotros, y en consecuencia es la nada la que emprende algo con nosotros”.



“La huida del aburrimiento es la madre de todas las artes” / Foto: filco.es



Por su parte, el padre del pesimismo filosófico, Arthur Schopenhauer, fiel a su estilo sarcástico, señala: “El aburrimiento no es un mal que se deba tener en poco; deja en el rostro la huella de una verdadera desesperación. Hace que seres como los hombres, que tan poco se aman, se busquen unos a otros, siendo por esto el origen de la sociabilidad”.



“Los esfuerzos por ‘matar el tiempo’, es decir, ‘matar el aburrimiento’ se tropiezan con la experiencia de que la auténtica carga es la de uno mismo. / Foto: isliada


Por último, el existencialista danés Soren Kierkegaard, en relación con lo antes expuesto, retrata en su Diapsálmata (1843) los albores de un aburrimiento sinigual.


“No tengo ganas de nada. No tengo ganas de montar a caballo, porque es un ejercicio demasiado violento. Ni tengo ganas de caminar a pie, pues me fatiga mucho. Tampoco me atrae meterme en la cama, porque una de dos: o debería permanecer tumbado, y esa posición no me gusta; o debería levantarme de nuevo, y esto también me disgusta”.


Summa Summarum: No tengo ganas de absolutamente nada. / Foto: Cultura Inquieta



¿Solución?


En el aburrimiento, el tiempo se alarga, en la diversión, por el contrario, se acorta. La vida es un quehacer, un constante ocuparse de algo, una ocupación creativa, valga decir. Y quien resuelva no ocuparse de nada, tendrá no solamente que soportar el aburrimiento, sino también dos de las peores condenas: “hacer tiempo” y “matar el tiempo”.

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