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Sobre la propiedad e impropiedad en el uso de los términos

Foto del escritor: Sebasthian SantamaríaSebasthian Santamaría

Actualizado: 5 ene 2023

Tremendo es el disgusto que nos llevamos aquellos amantes y cuidadores del 'bien decir', y no solo del bien decir, al ver que tenemos que conciliar, irremediablemente, con una época que nunca antes había distorsionado tanto, desde aspectos tan generales como la información, hasta asuntos tan particulares, como resulta, desde luego, el lenguaje.


¿Es acaso capricho nuestro? O es que aún no se tiene clara cuenta de que lo que se busca en realidad es el correcto y apropiado uso de las palabras, respaldadas, claro está, por la etimología, que pareciera haber sido desplazada —qué cosa que ostente suficiencia valorativa no ha sido desplazada hoy en díay, en no pocas ocasiones, ignorada.


Y claro, aciertan los que infieren que un capricho de nuestra parte constituiría una ingente solicitud, como la de mantener la distinción y elegancia en el hablar, en el referirse, en el conversar. No obstante, que gran chasco nos sobrevendría ante semejante pedimento, es preciso ser consciente de los límites.


La etimología, o, la historia de las palabras, y cómo las palabras representan cosas, es, con frecuencia, la historia de las cosas, y, por lo tanto, la historia de la civilización.



"Tengo el coraje de ir contra el más frecuente y respetado de los lugares comunes. Es una gran mentira la soberanía del pueblo en las cosas del espíritu", declara Arturo Capdevila. / Foto: Stimuluspro.com


¿Alguien sabía ya esto? Permítaseme conjeturar. No. Y si es que sí, o escasos han sido los esfuerzos para enmendar gravísimos despropósitos, o silencios atronadores son los que han envuelto a los más entendidos, que de contestatarios aún no entienden nada.


Pero las inadmisibles admisiones las ha fomentado la mismísima Real Academia Española, que acepta formulaciones del lenguaje popular e inconsistencias de carácter etimológico, con lo cual, desde luego, no estoy de acuerdo, ni podría estarlo.


Martha Hildebrandt, célebre lingüista peruana, defiende, pues, la lengua popular, crisol nunca enfriado del lenguaje, y que no está sometida a normas de ningún tipo; es siempre legítima, por espontánea y por vital. Inmediatamente, me vino a las mientes la perspicacia y mordacidad de Sartori, quien me engolosinó con el siguiente verso:


“[…] Pero no debemos someternos a la torpeza de quien inventa palabras al azar”.


Naturalmente, no se le deben permitir tales concesiones a los torpes, de lo contrario, tendríamos que enfrentarnos a 'neologismos' como “guasapear”, o, acortamientos ridículos como “profe” o “profa”, los que, increíblemente, ya forman parte del lexicón oficial.


¿Cómo eliminar, entonces, la falsa creencia de que el pueblo es el supremo hacedor en materia del lenguaje? ¡Ay, ácidos contaminantes se han derramado sobre tierra fértil!

Tomados los ejemplos antedichos, muestra de la más transparente inelegancia, es ahora que ofrezco tres términos que la Academia no ha reparado en dilucidar, a saber:


Autopsia


Según la Academia, autopsia es el examen anatómico de un cadáver, lo cual constituye una definición absurda; porque el prefijo auto- significa propio, uno mismo, por sí mismo.


Autosuficiente es aquella persona con sentimiento de suficiencia propia, estado del que puede satisfacer sus necesidades valiéndose exclusivamente de sus propios medios.


Autoritario es aquella persona que no tolera la contradicción y usa con rigor su propia autoridad.


Autopsia, auto-, significa por uno mismo, y opsis-, significa visión, por consiguiente, autopsia quiere decir la acción de ver con los propios ojos, el examen que se hace uno de sí mismo. La autopsia solo la pueden hacer los vivos, no los muertos. Las personas muertas no pueden autopsiarse porque no poseen las condiciones para ello; los vivos, por el contrario, sí.


La palabra que debe utilizarse para referirse al examen de un cadáver es necropsia. Necros- significa muerto, cuerpo muerte, y opsis-, visión, de modo que necropsia es la acción de ver a un cadáver, de necropsiarlo, no de autopsiarlo.


Extroversión


En ningún diccionario etimológico figura el elemento compositivo extro, sino extra, que quiere decir “fuera de”, "más allá de", “exterior de fuera” (véase el indoeuropeo eks-tero). Sin embargo, por presuntos motivos eufónicos, y por la existencia del antónimo absoluto introversión, la Academia decidió, finalmente, fijar extroversión, y no lo apropiado, que es extraversión.


Si fuésemos ingenuos y siguiéramos las premisas de la RAE, entonces tendríamos que decir también "extronjero”, “extrovagante”, “extroño”, “extrordinario”, etc.


Surrealismo


El francés surréalisme, término que connota una corriente artística muy conocida, fue mal traducido al español en la forma surrealismo. El prefijo francés sur-, corresponde al español sobre- o super-, de manera que es superrealismo o sobrerrealismo, pero de ninguna manera surrealismo. Lamentablemente, el uso, popular nuevamente, ha impuesto el galicismo, y la Academia lo ha incorporado a su Diccionario.


Eventuales errores que no han visto la luz de la debida corrección. He parificado tan solo tres ejemplos, sin embargo, existen otros, de los cuales, por motivos de espacio y tiempo, no podré ocuparme sino hasta una siguiente publicación.

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