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Foto: El Comercio
Pareciese que poco tiempo ha transcurrido desde el advenimiento de la pandemia por COVID – 19, y con ella, el confinamiento que paralizó y mantuvo enclaustrado al mundo entero. La irrupción del virus contribuyó a revelar las grandes deficiencias del Estado, las cuales se sobredimensionaron ante las imperiosas necesidades que se presentaron en distintos campos; uno de ellos, y el más afectado, evidentemente, fue el campo de la salud.
Las instituciones de salud, al encontrarse durante largo tiempo desprevenidas, acaso abandonadas, fueron los almacenes de constantes decesos que suministraron las imágenes del bicentenario, las imágenes de la desesperación, de la desesperanza y de la aparente debilidad humana, que no pocas veces ha sido mermada por ciertos agentes patógenos.
Se hizo lo correspondiente; se tomaron medidas urgentes de precaución, y la libertad de los peruanos, y no solo los peruanos, se vio reducida y restringida. ¡Obviemos los otros episodios que no hicieron más que reflejar la gran incapacidad del Estado para gestionar! Sobre ello, muchos medios de comunicación ya han tenido la oportunidad de abundar.
Ahora, luego de dos años y ocho meses, el gobierno declaró el fin del estado de emergencia mediante una publicación en Twitter. Bastó tan solo un párrafo para dejar atrás todo dolor, toda angustia y todo episodio imborrable de lamento por conseguir una plaza en cualquier hospital. Un texto escueto fue suficiente para derogar las restricciones. Sin embargo, ¿es una medida pertinente? ¿fue el momento oportuno para anunciarla?
Levantar el estado de emergencia en vísperas de celebraciones tan populosas como Halloween y el día de la canción criolla sin antes brindar una conferencia de prensa en la que se ahonde sobre los detalles de las nuevas disposiciones, constituye un acto apresurado e irresponsable, y más aún en nuestra cultura, la que no se caracteriza precisamente por el acatamiento y la atención a las normas; en ella, las leyes dan giros y reveses según la conveniencia de cada uno. Se da rienda suelta a las malinterpretaciones, y, por consiguiente, al desorden; bajo la premisa de que el virus por fin ha desaparecido.
Desde el aspecto comunicacional, el gobierno perdió la oportunidad de acercarse a la población y conmemorar los miles de decesos de familiares que atravesaron los peruanos; se limitaron a noticiar sobre el retorno a la normalidad sin realizar un análisis previo de las posibles repercusiones. Si bien es cierto, el índice de contagiados ha disminuido progresivamente y cada día se registran menos cantidad de fallecimientos por COVID – 19, sin embargo, esto no quiere decir que el virus se haya ido y haya dejado de ser mortal.
Tal medida pareciera obedecer a una complacencia deliberada, a un “gustito” relajador, a un soporífero que busca atenuar y desviar las luces que se encuentran alumbrando los últimos escándalos en la cartera de salud; me refiero, sin más, al difundido “pitufeo” del exministro Jorge López, quien se suma a la larga lista de ministros destituidos luego de que se revelaran presuntos depósitos realizados por seis trabajadores de su círculo íntimo a la cuenta de su expareja para la compra de un inmueble. Asimismo, no poca polémica causó la asunción al cargo de la nueva titular del Minsa Kelly Portalatino, quien tampoco escatimó en cuestionamientos sobre su experiencia y trayectoria en gestión de proyectos.
¿Será, o no será? En nuestro Perú nunca se sabe. En los próximos días se verán los resultados de lo decidido por el presidente en conjunto con los ministros, y serán los propios ciudadanos quienes juzgarán si la medida fue pertinente o si no lo fue.
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